En principio no debería preocuparse demasiado la joven protagonista por esas pequeñas manchas, erupciones rojizas que aparecieron en su cuerpo, sobre un costado superior del pecho, las primeras del párrafo son palabras del médico familiar que la atiende en la escena posterior a la secuencia de créditos, le dan sosiego aunque habrá un seguimiento de las mismas, no sea cosa que contengan un significado imperceptible para una revisión bastante superficial como la efectuada.
Pero hasta el espectador más desatento advierte que la
mancha cutánea no es síntoma vulgar de cualquier tipo de patología dérmica, o
alguna reacción del cuerpo todavía en desarrollo, pues el título –con el que
acá la estrenaron, al menos- y el afiche dan un fuerte indicio sobre el derrotero de la
película, y parcialmente acertado estará si espera que la misma se extienda o
sea sólo la punta visible de algo más.
Prefigurando sobremanera digamos que el acierto será
relativo porque la película, y he aquí una de sus virtudes, desligada de las
convenciones del género, no está tan interesada, en principio, ya vendrán
vueltas de tuerca para resignificar las cosas, y siguiendo cierta tradición del
cine nórdico, por hacer de la metamorfosis de la protagonista herramienta para la
explotación dentro de los límites, sino más bien por interiorizarse en su
triste y lastimado mundo donde conviven el afanoso cuidado a su madre inmóvil
con la hostilidad de la mayoría de sus compañeros de trabajo. Estamos,
entonces, en presencia de un drama bello y austero, con metafóricos y crecientes toques
fantásticos, sutiles y nunca forzados, sobre la grisácea vida de una adolescente
pueblerina, en la línea de Criatura de la noche, la obra maestra de Tomas
Alfredson, aunque, claro, sin nunca llegar a esos niveles de
excelencia, empresa harto complicada, por otra parte.
Con mínima
referencia sobre Jonas Alexander Arnby no debería tampoco sorprender demasiado que en la película haya un tratamiento
visual muy cuidado, un buen trabajo de fotografía, pues el hombre colaboró algunas veces
en la dirección de arte de las cintas de Lars Von Trier, aunque por momentos el miramiento estético parece superponerse por sobre las incumbencias dramáticas, siendo,
sólo a veces, un tanto fría, aséptica.
También puede que a medida que avance la trama y nos
acerquemos al desenlace haya algunos pasos no muy firmes y más bien
previsibles, que la parte más rica esté antes de las respuestas; como sea, con
un poco de indulgencia, felices seremos sabiendo para ese entonces quiénes son
en verdad las bestias.
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