'Her' de Spike Jonze
Ya le había pasado a John Cusak en ‘Being John
Malkovich’ y a Nicolas Cage en ‘Adaptation’, ambas colaboraciones de
Spike Jonze con Charlie Kaufman: el amor les significaba dolor, una adversión,
un miedo, un reto lacerante. Aunque si bien allí la mano –la tinta-
estrambótica –maestra- de Kaufman imprimía unas altas dosis de neurosis,
también le sucedía algo similar al Andrew Garfield robot de esa gema
que es ‘I’m Here’, el cortometraje de Jonze, donde hacía todo y más por
su enamorada. Es finalmente con ese trabajo con quien más hermana 'Her':
la tecnología y el amor revueltos en un recipiente sensible.
Joaquín Phoenix acá es Theodore: un hombre taciturno, un muy eficiente
trabajador de una empresa dedicada a la elaboración de epístolas ajenas,
para donde encuentra siempre las palabras adecuadas. Tal es así que en
los momentos de dicha –en el pasado, probablemente- declara ser su
escritor favorito. Hace unos meses terminó una larga relación con quien
fue –digamos- la mujer de su vida (Rooney Mara) –de la cual sabremos principalmente
por retazos, flashbacks sin diálogos, un único encuentro cara a cara, o por explícitas expresiones de
angustia-, y no parece –ni tampoco hay indicios de- haberse
repuesto. En él se reflejan las heridas de un fuego consumido; deambula
con el añoro propinado por unos años siempre pares cortados por la
mitad.
Estamos en un futuro que se presume inminente. Más allá de algunos
cambios estéticos –unos espantosos pantalones de colores apagados y
tiros altos, por ejemplo-, que parecen contrastar con el avance
tecnológico, visualmente el mundo que construye acá Jonze no está
alejado del que vivimos; no cuesta nada observarlo contemporáneo. En el
subte no hay más que gente ensimismada con su aparato –mas no jugando al
Candy Crush-, ajena a lo que lo rodea, que son personas en iguales
condiciones. Entonces, un poco como el protagonista de 'Electric Dreams'
pero con el galanteo del sexo opuesto, Theodore adquiere un
brillante sistema operativo –autobautizado como Samantha- con el cual
comienza a relacionarse y de quien finalmente termina enamorado y en una
relación.
Sí: la relación, el vínculo que establecen ambos –el sistema operativo
con sus pocos elementos físicos y la irresistible voz de Scarlett
Johansson- se emparenta con el de cualquier congénere. Y la construcción
de la alianza también. Entonces es ahí donde la película adquiere un
carácter preciado, una pieza fundamental: de manera profética
radiografía las relaciones amorosas.
El amor sucede en cualquier lado y poco importa la condición incorpórea
de Samantha. Eso es algo que Jonze demuestra en el intento vano de
materalizarla, donde todo –los besos, las caricias, las miradas- luce
frío, incómodo, torpe. Porque, pese a carecer de cuerpo, Theodore y
Samantha se necesitan, tienen sexo, salen, se divierten, comparten un
encuentro con otra pareja, se engañan, se buscan, se encuentran.
Claro que si el futuro cercano lo dibujaría Spike Jonze el mundo y la
humanidad podrían respirar más aliviados. Porque el tono y los
personajes de Her están perfumados por la fragancia de fábrica del
director: la sensibilidad. La ternura embriagadora que transpiran, la melancolía, son
combustible para el andar encantador del film, que sin embargo no cae en
la sensiblería.
Theodore se pregunta si en verdad está con Samantha porque no soporta el
peso de una relación verdadera, de carne. Nadie podría, como intenta su
ex esposa –que termina actuando como villana involuntaria-, asegurar
que la suya no lo sea. Después de todo, la película de Jonze es eso: un
tratado sobre las relaciones amorosas.
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