sábado, 15 de marzo de 2014

La miel de tu voz

'Her' de Spike Jonze


Ya le había pasado a John Cusak en ‘Being John Malkovich’ y a Nicolas Cage en ‘Adaptation’, ambas colaboraciones de Spike Jonze con Charlie Kaufman: el amor les significaba dolor, una adversión, un miedo, un reto lacerante. Aunque si bien allí la mano –la tinta- estrambótica –maestra- de Kaufman imprimía unas altas dosis de neurosis, también le sucedía algo similar al Andrew Garfield robot de esa gema que es ‘I’m Here’, el cortometraje de Jonze, donde hacía todo y más por su enamorada. Es finalmente con ese trabajo con quien más hermana 'Her': la tecnología y el amor revueltos en un recipiente sensible.

Joaquín Phoenix acá es Theodore: un hombre taciturno, un muy eficiente trabajador de una empresa dedicada a la elaboración de epístolas ajenas, para donde encuentra siempre las palabras adecuadas. Tal es así que en los momentos de dicha –en el pasado, probablemente- declara ser su escritor favorito. Hace unos meses terminó una larga relación con quien fue –digamos- la mujer de su vida (Rooney Mara) –de la cual sabremos principalmente por retazos, flashbacks sin diálogos, un único encuentro cara a cara, o por explícitas expresiones de angustia-, y no parece –ni tampoco hay indicios de- haberse repuesto. En él se reflejan las heridas de un fuego consumido; deambula con el añoro propinado por unos años siempre pares cortados por la mitad. 

Estamos en un futuro que se presume inminente. Más allá de algunos cambios estéticos –unos espantosos pantalones de colores apagados y tiros altos, por ejemplo-, que parecen contrastar con el avance tecnológico, visualmente el mundo que construye acá Jonze no está alejado del que vivimos; no cuesta nada observarlo contemporáneo. En el subte no hay más que gente ensimismada con su aparato –mas no jugando al Candy Crush-, ajena a lo que lo rodea, que son personas en iguales condiciones. Entonces, un poco como el protagonista de 'Electric Dreams' pero con el galanteo del sexo opuesto, Theodore adquiere un brillante sistema operativo –autobautizado como Samantha- con el cual comienza a relacionarse y de quien finalmente termina enamorado y en una relación. 

Sí: la relación, el vínculo que establecen ambos –el sistema operativo con sus pocos elementos físicos y la irresistible voz de Scarlett Johansson- se emparenta con el de cualquier congénere. Y la construcción de la alianza también. Entonces es ahí donde la película adquiere un carácter preciado, una pieza fundamental: de manera profética radiografía las relaciones amorosas. El amor sucede en cualquier lado y poco importa la condición incorpórea de Samantha. Eso es algo que Jonze demuestra en el intento vano de materalizarla, donde todo –los besos, las caricias, las miradas- luce frío, incómodo, torpe. Porque, pese a carecer de cuerpo, Theodore y Samantha se necesitan, tienen sexo, salen, se divierten, comparten un encuentro con otra pareja, se engañan, se buscan, se encuentran. 

Claro que si el futuro cercano lo dibujaría Spike Jonze el mundo y la humanidad podrían respirar más aliviados. Porque el tono y los personajes de Her están perfumados por la fragancia de fábrica del director: la sensibilidad. La ternura embriagadora que transpiran, la melancolía, son combustible para el andar encantador del film, que sin embargo no cae en la sensiblería. 

Theodore se pregunta si en verdad está con Samantha porque no soporta el peso de una relación verdadera, de carne. Nadie podría, como intenta su ex esposa –que termina actuando como villana involuntaria-, asegurar que la suya no lo sea. Después de todo, la película de Jonze es eso: un tratado sobre las relaciones amorosas.

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