miércoles, 7 de octubre de 2015

Noche agitada

'Victoria', de Sebastian Scipper


La chica del título baila sola de madrugada en un boliche subterráneo de Berlín, pero más que divertirse parece estar allí sólo para matar el tiempo: no conoce a nadie y, como extranjera que es –viene de Madrid mas habla inglés-, tampoco logra comunicarse muy bien con quienes comparte transitoriamente el lugar. No obstante pernoctar puede ser un bálsamo: de su trabajo como camarera mal pagada y, sobre todo, de la renuncia al goce que implicó el tiempo perdido ocupado en la entrega enfermiza hacia su sueño de ser una gran pianista, sueño abandonado ante las acusaciones de insuficiente talento.
De estas cosas nos enteramos un rato después. Porque cuando Victoria sale del boliche se cruza con cuatro tipos que no parecen tener nada que hacer luego de no poder ingresar al lugar, y que la invitarán a pasar lo que queda de la noche errando por la calle junto a ellos.
Acá la película podía dar paso a la explotación de las suspicacias que generan los muchachos, a todo su potencial suspenso: como la protagonista, no sabemos quiénes son, qué hacen, qué quieren más allá de lo aparente, y entregarse al grupo estando sola refuerza su condición de vulnerabilidad. Esa alternativa, sin embargo, se posterga para más adelante: en principio asistimos a un banal melodrama romántico donde la joven y uno del grupo hablan –ahí es donde nos enteramos casi todo sobre ella-, coquetean, hablan y hablan...
Hasta que hay un giro en la película que cambia las cosas: la saca de esa meseta en la cual parecía condenada a permanecer, y la torna más oscura, intensa e interesante. Pero he aquí la paradoja: porque cuando por fin adquiere el nervio ausente hasta ese momento, lo hace sobre la repentina incongruencia e inverosimilitud de un guión que –forzado- le atribuye demasiadas virtudes, y deposita excesivas esperanzas, a una noche de amor nocturno, que ni siquiera parecía destinado a su concreción inmediata ni a la perpetuación.
La cámara seguirá con exclusividad a Victoria–sería pertinente, entonces, hablar del buen trabajo de la actriz Laia Costa- durante toda la película, en un recorrido constante, perpetuo, y esa es su característica saliente: la construcción sobre un solo -y notable- plano secuencia -¡la película dura casi dos horas y media!-, algo que ya hizo Hitchcock hace más de sesenta años y que no debería llamar demasiado la atención -aunque el mérito aquí reside en su filmación en tiempo real- si –además- lo consideramos una tendencia repetida en los últimos tiempos -y de inminente crecida-, con resultados variables, nunca férreamente convincentes, por ser utilizado más como una técnica adocenada para llamar la atención que para ser funcional a la historia, y no es acá donde esto cambia demasiado, salvo en algunos pasajes, unos muy buenos momentos, donde sentimos el frenesí de una noche atípica: violenta, asfixiante, agitada.

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