de Yorgos Lanthimos
Un mundo donde la soltería está condenada: si uno anda por
la vida sin un cónyuge es inmediatamente detenido y confinado en un amplio y
bastante lujoso hotel donde tiene 45 días para encontrar una pareja con la cual
pasar el resto de sus días si pretende evitar un destino de animal. Sí, esa es
la pena: la conversión, si no se incumplen ciertas reglas inmanentes al lugar -o
más bien al ente regulador-, en una animal a elección.
Langosta es la opción que se reserva por si acaso –no es
novedad lo difícil que resulta, si es posible, ¿elegir? compañía perpetua y más
apremiado por el tiempo- el protagonista, un arquitecto miope, luego de ser
abandonado por su esposa, debiendo, como todos los de similar situación, cumplir
con las obligaciones sociales impuestas.
Puede agarrar un tanto desprevenidos el delirio del argumento a los
que ignoren que se trata de una película del griego Yorgos Lanthimos, el mismo
de las singulares y desconcertantes Alps y Dogtooth. Al resto no: hay en su
cine una apuesta constante por lo absurdo, motor de sus películas, por mover
con sutileza, ingenio y perspicacia piezas mundanas en pos de la creación de
juegos alegóricos inteligentes e irónicos, que duermen, irritan o atrapan.
Pero la principal diferencia que acá emerge con respecto de
las anteriores es que ese absurdo, este disparate argumental, está puesto como
nunca en función de lo cómico: The lobster es, por sobre toda las cosas, una
gran comedia negra. Y no era la risa -al menos de manera tan manifiesta- una de las marcas del virtuoso griego, por
el contrario todo se reducía, con el insólito accionar de sus personajes, a una suerte de sobria y pulcra pesadilla; por eso
no deja de ser sorprendente la alta efectividad de los gags, el timing, sobre todo en la primera mitad de la película.
Porque hay claramente un quiebre que separa la película en
dos: por un lado la primera mitad, que transcurre en su mayoría en el hotel y
es la búsqueda angustiante de pareja del protagonista más la relación que
entabla con quienes están en el mismo apuro, con más o menos días, y la segunda
mitad, un poco menos lograda, que trascurre en un bosque aledaño y donde,
furtivo, quizá surja el amor -porque de eso se trata, finalmente, de un brote
arbitrario más que de la suma de semejanzas, casi siempre impostadas, del relleno de formularios, corto pensamiento
bastante arraigado en la sociedad, objeto de burla-.
Hay algunas cuestiones que se le pueden achacar a la
película: la susodicha pequeña decaída de la segunda mitad, el excedente de
algunos minutos, por momentos cierto exceso de impiedad para con los personajes, la utilización de la redundante voz en off que guía el relato,
que pareciera ser más una imposición externa que una elección artística del
propio Lanthimos, si entendemos que el mecanismo argumental no es tanto más
descabellado que las anteriores donde no fue opción. De todas formas, considerando que el resultado final es muy bueno, buen precio pagó el griego su debut en
ligas más grandes –con estrellas encabezando el reparto- si sólo a eso
tuvo que ceder. A seguir con atención sus próximos pasos.
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