miércoles, 9 de mayo de 2018

Elevar la vara


Desde hace no tanto tiempo el cine de terror nacional ha logrado, luego de años de lucha, trabajo y esfuerzo por parte de gente apasionada por el género –desde realizadores y comunicadores hasta un público pequeño fiel – trascender las formas de producción independientes –valiosas y plausibles pero limitantes-  para instalarse en el plano industrial.
La profesionalización, sin embargo, salvo en un plano estético y sólo en algunos casos, no fue acompañada -más allá de alguna contada excepción- con un salto en el valor artístico de las propuestas, que fueron tratadas con excesiva condescendencia por parte de la crítica; como si la alegría que produce el hecho de tener, por fin, la esencial atención del Incaa implicara necesariamente un tratamiento deferente hacia las películas, un acercamiento tendiente a la indulgencia extrema.
El gran público, en cambio, es mucho más intransigente. Es cierto que son tiempos de incertidumbre con respecto a la relación entre el espectador y la forma de consumo pero resulta indudable que ha primado el rechazo, o la indiferencia en el mejor de los casos; en números salvo por Sudor Frío, que fue una de las primeras y contó con un fuerte lanzamiento con apoyo de Telefé, el resto ha tenido resultados más bien pobres. Difícil asegurar una causalidad, lejos está la taquilla de ser parámetro de calidad, pero a la coincidencia se le suma un agravante: en el país casi cualquier basura extranjera funciona bien mientras sea “de terror”. 
El estreno de Aterrados es una noticia para celebrar: por ser una muy buena película que marca un quiebre con respecto a sus predecesoras (“da miedo de verdad” es uno de los elogios que recibe, reforzando lo antedicho), se posiciona por encima de todas cualitativamente, siendo la primera película de terror nacional capaz de competir en las mismas ligas que las producciones internacionales industriales y, esperemos, eleva la vara de las siguientes. No va a pasar pero debería ser ésta una oportunidad: para que el público se (re)encuentre con el género (nacional) y establezca, de ahora en más, una relación fluida; y, también, para que la crítica abandone la mirada paternalista, tan abominable.

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