domingo, 20 de agosto de 2017

La Cordillera

La Cordillera se desarrolla durante una cumbre de presidentes latinoamericanos realizada en Chile, donde se dirimirán, principalmente, los roles estratégicos –o más bien el rol estratégico, ya que la atención se centra en el presidente argentino- alrededor de un importante negocio petrolífero que podría catapultar a Brasil como potencia, extendiendo los beneficios para Argentina, pero sobre el cual también tiene intenciones de insertarse Estados Unidos con la complicidad de algunos países. Cuáles son los pasos a seguir, qué decisiones tomará el mandatario nacional, un hombre que, en principio, pareciera ser de otra raza: un tipo sin demasiada firmeza para ocupar ese lugar y sin las impurezas de los que toman las decisiones, en “su primer gran compromiso internacional”, como titulan los medios, mientras, a la par, debe lidiar con los vaivenes emocionales de su hija recién separada, cuya ex pareja amenaza con denunciar a su familia política por corrupción. En esos dos terrenos, finalmente convergentes, se mueve La cordillera: el juego de ajedrez político, que ocupa el primer tercio de la película, el mejor, momento de presentación del marco de desarrollo, donde Mitre, como en El Estudiante pero a mayor escala, vuelve a demostrar su solidez para inmiscuirse en el tenso arenero del poder y la ambición en clave de thriller, y el micromundo familiar, el segundo tercio, más cercano al suspenso, centrado en los trastornos psiquiátricos de la hija, en el que hay una arriesgada decisión de ingresar el relato en zonas sobrenaturales -que van desvelando al presidente, cada vez menos diáfano: para estar en ese lugar pareciera excluyente embarrarse un poco- que hace un poco de ruido en su articulación algo forzada, permitiendo mantener un tono ambiguo sobre la verdadera naturaleza del protagonista y desconcertando al espectador que espera un desencadenamiento narrativo algo más convencional en este tipo de películas.

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