martes, 27 de mayo de 2014

Asfixia

'Aire libre', de Anahí Berneri

Las presencias –notables- de Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid –más hermosa que nunca- podrían hacer suponer al espectador desatento –incluso de los afiches-, anoticiado de la película, quizá, por unos adelantos por televisión, que Aire libre es una comedia romántica de esas que poco ofrecen cumpliendo obediente con la selección de ingredientes de las mismas.
Pero no. Anahí Berneri –directora de la notable Por tu culpa, entre otras- ningún interés muestra en relaciones idílicas y empapa a los protagonistas con las aguas de la realidad; lejos del ensueño, hay besos, sí, pero cansados, manchados con la mugre propia del paso tiempo que los atraviesa y los convierte en otros.
No hay, de todas formas, un clima apocalíptico. Nubes pasajeras comienzan a estacionarse en los primeros instantes de la película: desencuentros venéreos; accidentes domésticos; la (omni) presencia del niño.
He ahí un personaje clave: el hijo de siete años, ajeno y concerniente, a la vez, a ese inflamado mundo sentimental. Es varias cosas: una molestia, cuando su corta edad le exige permanecer junto a alguno de los dos en los constantes trajines; una bandera que impide el desmadre; la piedra que detiene la separación.
Somos, en Aire libre, partícipes –intrusos, mejor- de la intimidad de un matrimonio. Vemos cómo cada movimiento ataña las cosas y cómo éstas van adquiriendo distinto color. Y aun cuando la película parece ingresar en terrenos pantanosos e insulsos, se aleja y vuelve a su rumbo.
Una metáfora rodea la cinta: la pareja está en una mudanza, reconstruyendo una casa desvencijada sobre la cual se proyecta un mejor porvenir. Porque es más fácil hacerlo sobre una casa que con el amor, aunque la misma sólo represente problemas: goteras, desorden, tierra y el grito callado: ‘perdón, mi amor, siempre te amaré, pero ya no te soporto'.

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